jueves, 26 de diciembre de 2013

Adolescentes y adicciones

La familia es la institución que debe actuar primariamente en la función preventiva. Esto exige que los padres sepan mantener la autoridad y la disciplina hogareña.
 
El tejido de la vida social es una realidad porosa, y en ella los menores que se van abriendo al conocimiento del mundo externo reciben, como es lógico, las influencias del entorno, tanto positivas como negativas. Entre las últimas están aquellas a las cuales pueden ser particularmente sensibles los adolescentes. Se trata de incitaciones al consumo que pueden llegar a convertirse en adicciones cuando se establece una dependencia con una sustancia como la marihuana o el alcohol.
 
Quienes están en contacto con los adolescentes aprenden dolorosamente con frecuencia a percibir síntomas que denuncian el inicio de las adicciones. Por su función y su proximidad, son los padres y los docentes quienes captan esas conductas irregulares. A los padres les cuesta más admitirlo, porque gravita en su responsabilidad.
 
La experiencia docente, más distante y con mayor objetividad, suele descubrirlo por eso más tempranamente. Es menester advertir que los peligros que entrañan el alcohol y las drogas han crecido en relación con las facilidades de su adquisición y con la difusión de lemas que parecen propios de quienes comercian ilegalmente. Eso ocurre con frases como “fumar marihuana no hace nada” o “el alcohol es lo mejor para combatir la timidez”.
 
Un camino adecuado para padres y docentes es tener en claro una variedad de síntomas que ponen sobre aviso acerca del inicio de una adicción. La prudencia indica que siempre es menester un tiempo de razonable observación del jovencito antes de confirmar o descartar una presunción.
 
En la actualidad son bien conocidos los signos típicos que encienden las luces de alerta con respecto al comportamiento sospechoso del adolescente. La Fundación Paz Ciudadana, por ejemplo, ha concentrado en un cuestionario muy preciso esos síntomas. Por ejemplo: si el joven demuestra retracción, cansancio y sueño a deshoras; si descuida su aspecto personal; si se han alterado sus relaciones con hermanos o amigos; si ha declinado en su rendimiento en el estudio o en el deporte; si ha modificado sus hábitos de alimentación; si a veces se le ven las pupilas dilatadas o los ojos enrojecidos; si, en ocasiones, demuestra dificultades para hablar.
 
Debe haber razones circunstanciales inmanejables, pero también es cierto y comprobable que los adolescentes que sucumben a las adicciones son por lo general los que no están siendo bien queridos, es decir, los que no sienten el contacto, la cercanía, la intimidad, con adultos comprensivos y maduros. 
 
Por eso importa mucho cuidar el contacto interpersonal con los adolescentes, promover con fluidez el diálogo con ellos y transmitir siempre afecto y confianza. 
 
Y algo sustancial que hay que reiterar con firmeza: la familia es la institución que debe actuar primariamente en la función preventiva. 
 
Esto exige que los padres sepan mantener la autoridad y la disciplina hogareña sin perder, obviamente, la calidez de los sentimientos. Implica, pues, hablar a los hijos en un lenguaje adecuado de los peligros del alcohol y de las drogas antes de los años del desarrollo, a fin de que sean conocimientos bien decantados para que puedan generar actitudes de rechazo a la tentación de las sustancias tóxicas.
 
http://www.diarioladiscusion.cl/index.php/opinion/opinion1561100476/editorial1376308275/31971-adolescentes-y-adicciones

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