El valor de la vida detrás de las paredes de un quiosco de drogas
Los menores que venden están recluídos en lugares infrahumanos por unos 70 pesos diarios. En algunos barrios, familias enteras viven de la comercialización de estupefacientes.
Hace pocos días, en Ludueña, los vecinos quemaron un “quiosco” y pintaron sus impresiones.
La geografía siempre es igual y duele a la vista.
Un búnker o quiosco de venta de drogas es una casa con aspecto de
tapera, en un barrio cruzado por calles rotas de pedregullo y tierra.
Son de ladrillo a la vista, sin reboque, con doble pared y muchas veces
con aberturas electrificadas. Adentro, una bombita de luz poco ilumina a
un vendedor que suele ser una mujer o un menor. La paga es en droga o
efectivo, unos pocos pesos para aguantar la olla. Y siempre los vigila
un soldado que cuida la mercancía y mira las posibles travesuras.
En una de las paredes un agujero marca el lugar por
el cual entra plata y salen bolsitas o bochitas. Por estar detrás de la
pared, en condiciones infrahumanas, se gana unos 70 pesos por día.
Aunque, según el nivel del negocio, se pueden levantar 2 mil pesos en la
semana. El riesgo que corren es ser marcados como transas y perder el
respeto en el barrio, estar rodeados de pistolas cargadas y vivir
encerrados unas seis horas. Están dispersos por Rosario, son un secreto
mal escondido.
Los vendedores no salen del búnker, están atrapados
en una ratonera fortificada con poco aire. Un excusado sirve de baño,
aunque a veces usan botellas rotas para orinar. Son autómatas que
esperan el reemplazo de otro autómata o que un soldadito traiga mas
mercadería.
Los chicos. La presencia de menores
en los quioscos no es casual. Al respecto, el juez federal Marcelo
Bailaque comentó que la imputabilidad es relativa, según la edad. "Si el
menor encontrado en un búnker tiene entre 16 y 18 años es imputable.
Pero en los Tribunales Federales no hay fuero de menores".
Pero esos chicos difícilmente queden detenidos
"Cuando nos encontramos con un chico avisamos a los Tribunales
provinciales y los entregamos a sus padres. La causa sigue y se los cita
a declarar según los casos", dijo el magistrado. Y mostró su
preocupación: "El chico es víctima a partir de la desprotección en que
se encuentra, ya que no hay aún una política de diseño de programas y
mayor grado de contención de estos casos".
Todo parece igual. Las direcciones
de los búnkers son muchas y sabidas. Hace menos de un mes, en Tupac
Amaru y Garzón, la villa de Ludueña, los vecinos quemaron dos quioscos
en menos de una semana. "Venían de todas partes a comparar, hasta en
Mini Cooper llegaban", decían las vecinas indignadas,
Entre las casas humildes, la sola mención de estos
búnker mueve al insulto. En 24 de Septiembre y Río de Janeiro sobran
amarguras. "En éste quiosco, a la tarde o a la noche, se escucha cómo
les pegan a las chicas. O si no gritan mucho por que no quieren más, se
quieren ir", comentó un vecino del negocio.
Germán O., un ex dealer de zona sur que ahora trabaja
en una organización para sacar a chicos de las calles, recuerda los
malos viejos tiempos. "A los pibes los enganchan por que están perdidos.
Algunos no tienen ni donde vivir. Hay más pibes que antes en los
búnker, está lleno. Antes, para fumar un faso se ocultaban, hoy fuman en
cualquier esquina. Es tremendo".
Germán se siente en paz en su casa. "A los menores
los buscan por distintos factores. Tienen que ser de confianza y, de ser
posible, no se tienen que drogar por que uno que se droga te caga". La
competencia entre los vendedores es cruel, insoportable. "A veces les
piden bajar a otro narco y les dan tanta plata para que maten que los
pibes no dudan y van", agrega.
"El tema es así. El transa les da un kilo de merca
(cocaína) y los pibes trabajan cortando. De un kilo pueden sacar hasta
dos kilos y medio. A cada uno de ellos les corresponde un pedazo para
vender, y la plata no puede faltar", cuenta Germán.
Secuestrados. Alrededor del negocio
se cuentan demasiadas historias. El 15 de agosto del año pasado, Franco
R., de 17 años, permaneció 48 horas retenido contra su voluntad en un
quiosco ubicado en una villa de barrio Godoy. Según la madre del menor,
el hombre que le pagaba lo secuestró y le cobró a ella 800 pesos para
liberarlo. Eso obligó a la mujer a abandonar la casilla en la que
vivían, en Cerrito al 7500, por miedo a las represalias. Es decir los
tiros y la muerte.
La semana pasada Claudio Iván T., de 22 años y herido
de un balazo en una pierna denunció a policías apostados en el Distrito
Oeste que los dueños de un quiosco de Lima y Godoy habían secuestrado a
su mujer. En su desesperación, el joven admitió vender en ese lugar. Al
llegar la policía al búnker encontró a un joven de 16 años, Gustavo C.
La chica embarazada, Eva C., había sido liberada poco antes.
"A los chicos les ofrecen un arma, protección y
defensa ante otros pibes. Empiezan como pistoleros, como soldaditos",
pero esa es otra historia, dice Germán. Pero en los barrios se cuenta
que la comercialización no sólo queda para los menores. "Hay familias
enteras a las que les dan plata por día, pero no cualquiera pone el
cuerpo. Los narcos apuntan a conocidos y no todos se involucran, es un
negocio de matar o morir y quedas quemado", dice German.
De esas rencillas, de esos negocios de sangre, surgen
los "ajustes de cuentas" que a menudo no se explican más que por
mejicaneadas o robos. "Es bueno que el pibe que atienda no se drogue
porque sino, saca un poquito de cada bocha y cuando te querés acordar te
hizo 200 gramos", dice Germán, al que le cuesta y a veces no quiere
recordar su antigua vida de cárceles, robos y encargues de bandas.
Entre calles olvidadas y autos viejos, los vecinos
ven pasar motos cero kilómetro y chicos con plata en las manos. Se sabe
de donde viene esa plata pero no si los chicos seguirán vivos el fin de
semana. Algunos vecinos queman los búnker, otros los denuncian y los
más, simplemente miran cómo en las zanjas de agua mugrosa aparecen
polvos blancos descartados de algún quiosco bajo la lupa policial.
http://www.lacapital.com.ar/policiales/El-valor-de-la-vida-detras-de-las-paredes-de-un-quiosco-de-drogas-20120429-0034.html
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