UN DÍA EN UN CENTRO DE REHABILITACIÓN
Venciendo los miedos
En Uruguay hay 500 personas luchando contra sus adicciones en diez comunidades terapéuticas.
LEONEL GARCÍA
Son las diez de la mañana. La consigna del día ya está visible en la enorme sala estar del Centro Izcali, una comunidad terapéutica para la rehabilitación de adictos en el Parque Rodó. "A esta altura del tratamiento, ¿qué miedos van apareciendo y cómo los trabajamos?". Los 23 pacientes, los que ahí duermen y los diurnos, ya trabajan en ello a través del "confronto": diálogos personales o grupales con sus colegas de recuperación. Ya se han despertado (7.15), desayunado (7.45) y participado de la reunión matinal. Los horarios se cumplen a rajatabla.
Las adicciones son muy democráticas. Ahí está Rafael (38), ayer profesional solvente y alumno de uno de esos colegios ingleses carísimos; entró a Izcali en noviembre, por juego y cocaína, y ahora está de pre-alta. "A fin de año me recibo de abogado", cuenta orgulloso. Para sorpresa de este periodista, Rafael es conocido suyo: alguien que uno (iluso y prejuicioso) no imaginaría en un lugar así. También está Matías. Tiene 22 años, siete de consumidor de pasta base, cinco en situación de calle, uno en prisión y brazos tajeados con cortes carcelarios; la mejoría en su conducta ahora le permite salir los fines de semana. "Pude ir al cumpleaños de mi madre, ¡a full!". En todos los casos, el nombre del paciente ha sido cambado.
En Izcali la población es tan heterogénea como pueda imaginarse. Hay pacientes particulares, que pueden pagar una mensualidad que varía según la fase del tratamiento ($ 26.730 un internado y $ 3.960 uno en pre-alta son los extremos), pero una buena parte es atendida en forma gratuita, gracias a un convenio con el Ministerio de Salud Pública (MSP). Todos están hermanados por el sueño de rehabilitarse y el temor a recaer. Para muchos, según Graciela Curbelo, la coordinadora terapéutica, también existe el miedo al mundo exterior, donde están las tentaciones, el peligro, la causa por la que están aquí. "Acá planteamos que no hay que ver al afuera como a un enemigo; que todo pasa por las opciones de vida que tomen".
Son las 10.30 y todos los pacientes trabajan. Hay equipos de cocina, barrido, lavandería. Hasta las 11.30 nadie puede sentarse. No se puede hablar de fútbol, política ni consumo. A la cocaína, marihuana, pasta base (presente en el 80% de los casos, sola o en policonsumo) o alcohol, se los llama "inhalable", "fumable", "inhalable-fumable" y "bebible", respectivamente. "Algunos pueden sentirse mal" si escuchan el nombre "correcto", explica la operadora terapéutica Carina Patrone. Sin embargo, al dialogar muchos no apelan a ningún eufemismo.
Aquí conviven la abogada penalista Mariana (43), que supo apelar a su profesión para conseguir cocaína -mucho contacto con consumidores y dealers-, con Felipe (20), derivado por la Justicia tras un pasado de rapiñas, ajustes de cuenta y pasta pase. Aunque cada paciente recibe su propia medicación, en el centro el tratamiento es igual para todos; no varía según la sustancia.
"El tipo de adicción no es el eje", señala Eliseo González Regadas, psicólogo y presidente de la Federación Uruguaya de Comunidades Terapéuticas (Fucot), que nuclea a diez instituciones que atienden unos 500 pacientes. "El eje es la tendencia de alguien a resolver cualquier situación de su vida mediante un acto compulsivo, sea cual sea".
ESTRICTOS. González Regadas define como comunidades terapéuticas a instituciones abiertas para entrar y salir (nadie está obligado a quedarse), con un programa llevado adelante entre pacientes y profesionales de distintas áreas (enfermería, psicología, psiquiatría, asistentes sociales, talleristas), los primeros como asistidos y los segundos como asistentes, con un muy necesario involucramiento de familiares o referentes, y muy estrictas normas de convivencia.
Y acá se acaba la democracia. El consumo de drogas, las relaciones sexuales y la violencia están prohibidas en Izcali y en todos estos centros. Pueden ser causas de suspensión o expulsión. No son casos excepcionales. "El lunes se agarraron dos a trompadas. Venían de recaer. Acá se maneja mucha emoción…", señala Rafael. Hay otras normas conocidas de memoria por todos: no se puede compartir mate ni cigarrillos, comer o entrar en los dormitorios fuera de hora, dormir en los sillones y la lista sigue. Lo estricto del tratamiento apunta a internalizar normas sociales de convivencia y evitar acciones compulsivas, explica Curbelo, postgraduada en farmacodependencia. En resumen: reflexionar antes de actuar.
Así como el "confronto" es una de las herramientas terapéuticas, el cuaderno de incidentes, con el objetivo de "ayudar" a un compañero poniéndole límites para una mejor convivencia, es otro. Éste está a la vista de todo e informa que Luis ya tiene un prontuario que pone en riesgo su salida del fin de semana: "andar sin remera", "expedir flatos (sic) en el estar", "prender la TV sin permiso", "andar en toalla al salir del baño". Los incidentes son registrados por sus propios compañeros, lo que puede generar roces. "Eso sirve, a la larga terminás ordenado, adquirís hábitos", lo defiende Rafael. "Pero a veces causa revanchismo, sobre todo al principio". Para peor es viernes. La reunión vespertina de ese día es la que otorga permisos y suspensiones para aquellos en una etapa del tratamiento en el que pueden salir el fin de semana. El nerviosismo es casi palpable.
En Izcali, donde hay registrados 32 pacientes en total, el programa dura un año y se divide en cuatro fases. La vuelta al mundo exterior es paulatina. En el primer mes no se puede salir del centro y solo hay visitas los domingos; en los últimos seis meses, pre-alta, solo se asiste a algunas reuniones puntuales y a "maratones terapéuticas". La conducta y los progresos determinan adelantamientos y retrasos. El presidente de Fucot señala que el éxito tiene relación directa con el tiempo de permanencia en estos programas: de seis meses en adelante hay un 80% de posibilidades, asegura. Pero alcanzarlos no es nada fácil. "La intolerancia a la frustración, la espera o la impulsividad son características de la personalidad del adicto. Todo eso está unido a la dificultad de relacionarse y cumplir horarios", añade Curbelo.
RECAÍDAS. El almuerzo -hoy ensalada de lentejas, papa, huevo y chauchas- se sirve a las 12.00. Daniel (34), jefe de cocina, ingresado por pasta base, da la orden. Aplausos primero, silencio total después. Solo a la hora del postre Daniel concede: "Se puede hablar, en voz baja". Se escucha algún murmullo, algún chiste. Nadie se levanta hasta que Daniel indica.
Los fumadores solo tienen acceso a siete cigarrillos por día. A las 12.30 es la hora del tercero. Se fuma en el tendedero, bajando las escaleras, en un recinto semiabierto minúsculo y sucio, con baldes como ceniceros, con vista a un patio interno de la Facultad de Economía. Ahí está la abogada Mariana. Su problema con la "inhalable" y la "bebible" datan de hace 16 años. Calcula que llegó a gastar 60 mil pesos al mes. "Tendría que ser rica y no tengo nada". Sí tiene tres hijos. "Del menor, de 9, perdí la tenencia judicialmente", parece querer aguantar las lágrimas. Se le ilumina la cara pensando adónde lo llevaría una vez de alta, pero aún no tiene respuesta. Fabián (52), infancia en colegio privado y adultez en pensiones cochambrosas, priorizó el juego, el alcohol y la cocaína a su hijo de 12 años. "Hace ocho meses que no lo veo". Esta no es la primera vez de ambos en centros de rehabilitación. "Esta es la última, más en el fondo no puedo caer", aventura Fabián, experiodista. Las recaídas son consideradas, casi, parte del tratamiento.
EMOCIONES. La tarde sigue. A las 13.52 el grupo se somete a una medida educativa, propuesta por los técnicos: modales en la mesa. Algún ruido más alto que lo permitido en la mesa provocó la dinámica. A las 14.30 toca la salida de los viernes hacia el cercano Parque Rodó (en los otros días hay talleres). Una hora después ya están de vuelta en el centro. Treinta minutos de rato libre: ping-pong, ejercitar el "confronto", charlar "de la vida"; o de cómo recuperar sus vidas.
Felipe apenas tiene dos meses en Izcali. Según él, el robo ("la plata, la adrenalina") era un vicio mayor que la pasta base. Conocedor tanto de juzgados como de estos centros, asegura que por primera vez se está dejando ayudar. "Mi vieja está contenta y... no quiero que mi hermano chico siga mis pasos. La posibilidad de caer de nuevo está siempre, la `gente` sigue ahí pero yo... yo quiero decidir". Uno le quiere creer.
Micaela (43), habitué del pequeño gimnasio, aún está en la fase inicial del tratamiento. Es enfermera, tiene el pelo renegrido y el nombre de sus nietos tatuado en sus muñecas. No es lo único que tiene en los brazos: también hay cicatrices de cortes. "Estar acá… el encierro… es difícil pero está bueno… acá nadie te echa en cara nada, podés reflexionar". Su pasado incluye cocaína y violencia doméstica. Una hija suya, ya fallecida, también era consumidora. "Y yo siempre estuve con ella, cuando tocó fondo. Murió y empezaron los reproches… Ahora me arrepiento, yo la juzgaba a mi hija, y ahora hago lo mismo … capaz que para entenderla". Llora.
Rafael está en una etapa avanzada del tratamiento que le permite no dormir en el centro. "Pero cuando llegué, en noviembre, estaba hecho mierda". El exceso de trabajo, el juego, las deudas y la cocaína comenzaron su barranca abajo. Su sonrisa, la misma de siempre, se tuerce cuando cuenta que está a un paso de terminar su matrimonio. "Nunca le dije lo que me pasaba, siempre la quise proteger". No pierde la esperanza de reconquistar a su esposa.
REUNIÓN. Tras la merienda, llega la reunión de las 17. Es un encuentro muy catártico y emocional. ¿Quién sale? ¿Quién pasa de fase? ¿Quién está suspendido? ¿Se hará caso a mi solicitud? Se inicia, en ronda, con una oración filosófica coreada casi a los gritos. Ésta habla de temores y de confrontarse con uno mismo, de crecimientos y de lugares y momentos correctos. Juan (45), quien supo gastar 50 mil pesos al mes en "inhalable" para él "y para un séquito", hace de líder, pero una psicóloga supervisa en silencio.
Se trata la consigna: el temor unánime es a recaer. Pero cada uno tiene sus miedos particulares: perder a mi esposa, que me olvide mi hijo, no volver a conseguir trabajo, volver a antiguas actitudes, recibir una andanada de reproches, dejarme llevar por las viejas "juntas". El mundo exterior es añorado y temido a la vez. Las sensaciones son variadas: está todo bien con la comunidad, está todo mal con ella, es un día de bajón, hoy fue un buen día. Se deniega la visita a una peluquería por no especificar cuándo ni dónde; se acepta ir a ver a un hermano al baby fútbol; se rechaza la correspondencia con una mujer hasta que la familia lo apruebe; se permite ir al cumpleaños de un tío…
Las resoluciones son recibidas con fastidio y euforia. Francisco, un flaco joven y tímido, recibe el saludo de todo el mundo: acaba de pasar a la fase de pre-alta, a la que se llega al menos luego de seis meses de tratamiento. "Es un sueño alcanzado, pero también significa mucho tiempo libre", le alerta Rafael. Hay permisos de fin de semana y hay sanciones, todo ganado o perdido por la conducta en los últimos días. En todos los casos, hay abrazos, lágrimas que se resisten a salir, choques de manos, voces de aliento, consuelos. Compañerismo.
A las 18 del viernes Izcali comienza a quedarse en silencio. Desde ahora solo quedarán, aparte del staff de guardia, una decena de pacientes, esos en las fases iniciales, los suspendidos o los que recayeron. Para ellos aún falta la cena, la "reunión positiva" de la noche y la cama, a más tardar a las 23.15. Muy pocos atienden la tele. La película Recién casados no es muy convocante. Buena parte del bullicio se va con aquellos que se van a sus casas. "Por favor, ¿podés aclarar que nunca quise lastimar a mi mujer?", dice Rafael tras un abrazo muy sentido. Empieza a caer la noche en el Parque Rodó.
Por su lado, Julio Calzada, secretario general de la Junta Nacional de Drogas, sostiene que "la mayoría de las personas en tratamiento por adicción no requieren internación".
http://www.elpais.com.uy/suplemento/ds/venciendo-los-miedos/sds_638501_120429.html
Son las diez de la mañana. La consigna del día ya está visible en la enorme sala estar del Centro Izcali, una comunidad terapéutica para la rehabilitación de adictos en el Parque Rodó. "A esta altura del tratamiento, ¿qué miedos van apareciendo y cómo los trabajamos?". Los 23 pacientes, los que ahí duermen y los diurnos, ya trabajan en ello a través del "confronto": diálogos personales o grupales con sus colegas de recuperación. Ya se han despertado (7.15), desayunado (7.45) y participado de la reunión matinal. Los horarios se cumplen a rajatabla.
Las adicciones son muy democráticas. Ahí está Rafael (38), ayer profesional solvente y alumno de uno de esos colegios ingleses carísimos; entró a Izcali en noviembre, por juego y cocaína, y ahora está de pre-alta. "A fin de año me recibo de abogado", cuenta orgulloso. Para sorpresa de este periodista, Rafael es conocido suyo: alguien que uno (iluso y prejuicioso) no imaginaría en un lugar así. También está Matías. Tiene 22 años, siete de consumidor de pasta base, cinco en situación de calle, uno en prisión y brazos tajeados con cortes carcelarios; la mejoría en su conducta ahora le permite salir los fines de semana. "Pude ir al cumpleaños de mi madre, ¡a full!". En todos los casos, el nombre del paciente ha sido cambado.
En Izcali la población es tan heterogénea como pueda imaginarse. Hay pacientes particulares, que pueden pagar una mensualidad que varía según la fase del tratamiento ($ 26.730 un internado y $ 3.960 uno en pre-alta son los extremos), pero una buena parte es atendida en forma gratuita, gracias a un convenio con el Ministerio de Salud Pública (MSP). Todos están hermanados por el sueño de rehabilitarse y el temor a recaer. Para muchos, según Graciela Curbelo, la coordinadora terapéutica, también existe el miedo al mundo exterior, donde están las tentaciones, el peligro, la causa por la que están aquí. "Acá planteamos que no hay que ver al afuera como a un enemigo; que todo pasa por las opciones de vida que tomen".
Son las 10.30 y todos los pacientes trabajan. Hay equipos de cocina, barrido, lavandería. Hasta las 11.30 nadie puede sentarse. No se puede hablar de fútbol, política ni consumo. A la cocaína, marihuana, pasta base (presente en el 80% de los casos, sola o en policonsumo) o alcohol, se los llama "inhalable", "fumable", "inhalable-fumable" y "bebible", respectivamente. "Algunos pueden sentirse mal" si escuchan el nombre "correcto", explica la operadora terapéutica Carina Patrone. Sin embargo, al dialogar muchos no apelan a ningún eufemismo.
Aquí conviven la abogada penalista Mariana (43), que supo apelar a su profesión para conseguir cocaína -mucho contacto con consumidores y dealers-, con Felipe (20), derivado por la Justicia tras un pasado de rapiñas, ajustes de cuenta y pasta pase. Aunque cada paciente recibe su propia medicación, en el centro el tratamiento es igual para todos; no varía según la sustancia.
"El tipo de adicción no es el eje", señala Eliseo González Regadas, psicólogo y presidente de la Federación Uruguaya de Comunidades Terapéuticas (Fucot), que nuclea a diez instituciones que atienden unos 500 pacientes. "El eje es la tendencia de alguien a resolver cualquier situación de su vida mediante un acto compulsivo, sea cual sea".
ESTRICTOS. González Regadas define como comunidades terapéuticas a instituciones abiertas para entrar y salir (nadie está obligado a quedarse), con un programa llevado adelante entre pacientes y profesionales de distintas áreas (enfermería, psicología, psiquiatría, asistentes sociales, talleristas), los primeros como asistidos y los segundos como asistentes, con un muy necesario involucramiento de familiares o referentes, y muy estrictas normas de convivencia.
Y acá se acaba la democracia. El consumo de drogas, las relaciones sexuales y la violencia están prohibidas en Izcali y en todos estos centros. Pueden ser causas de suspensión o expulsión. No son casos excepcionales. "El lunes se agarraron dos a trompadas. Venían de recaer. Acá se maneja mucha emoción…", señala Rafael. Hay otras normas conocidas de memoria por todos: no se puede compartir mate ni cigarrillos, comer o entrar en los dormitorios fuera de hora, dormir en los sillones y la lista sigue. Lo estricto del tratamiento apunta a internalizar normas sociales de convivencia y evitar acciones compulsivas, explica Curbelo, postgraduada en farmacodependencia. En resumen: reflexionar antes de actuar.
Así como el "confronto" es una de las herramientas terapéuticas, el cuaderno de incidentes, con el objetivo de "ayudar" a un compañero poniéndole límites para una mejor convivencia, es otro. Éste está a la vista de todo e informa que Luis ya tiene un prontuario que pone en riesgo su salida del fin de semana: "andar sin remera", "expedir flatos (sic) en el estar", "prender la TV sin permiso", "andar en toalla al salir del baño". Los incidentes son registrados por sus propios compañeros, lo que puede generar roces. "Eso sirve, a la larga terminás ordenado, adquirís hábitos", lo defiende Rafael. "Pero a veces causa revanchismo, sobre todo al principio". Para peor es viernes. La reunión vespertina de ese día es la que otorga permisos y suspensiones para aquellos en una etapa del tratamiento en el que pueden salir el fin de semana. El nerviosismo es casi palpable.
En Izcali, donde hay registrados 32 pacientes en total, el programa dura un año y se divide en cuatro fases. La vuelta al mundo exterior es paulatina. En el primer mes no se puede salir del centro y solo hay visitas los domingos; en los últimos seis meses, pre-alta, solo se asiste a algunas reuniones puntuales y a "maratones terapéuticas". La conducta y los progresos determinan adelantamientos y retrasos. El presidente de Fucot señala que el éxito tiene relación directa con el tiempo de permanencia en estos programas: de seis meses en adelante hay un 80% de posibilidades, asegura. Pero alcanzarlos no es nada fácil. "La intolerancia a la frustración, la espera o la impulsividad son características de la personalidad del adicto. Todo eso está unido a la dificultad de relacionarse y cumplir horarios", añade Curbelo.
RECAÍDAS. El almuerzo -hoy ensalada de lentejas, papa, huevo y chauchas- se sirve a las 12.00. Daniel (34), jefe de cocina, ingresado por pasta base, da la orden. Aplausos primero, silencio total después. Solo a la hora del postre Daniel concede: "Se puede hablar, en voz baja". Se escucha algún murmullo, algún chiste. Nadie se levanta hasta que Daniel indica.
Los fumadores solo tienen acceso a siete cigarrillos por día. A las 12.30 es la hora del tercero. Se fuma en el tendedero, bajando las escaleras, en un recinto semiabierto minúsculo y sucio, con baldes como ceniceros, con vista a un patio interno de la Facultad de Economía. Ahí está la abogada Mariana. Su problema con la "inhalable" y la "bebible" datan de hace 16 años. Calcula que llegó a gastar 60 mil pesos al mes. "Tendría que ser rica y no tengo nada". Sí tiene tres hijos. "Del menor, de 9, perdí la tenencia judicialmente", parece querer aguantar las lágrimas. Se le ilumina la cara pensando adónde lo llevaría una vez de alta, pero aún no tiene respuesta. Fabián (52), infancia en colegio privado y adultez en pensiones cochambrosas, priorizó el juego, el alcohol y la cocaína a su hijo de 12 años. "Hace ocho meses que no lo veo". Esta no es la primera vez de ambos en centros de rehabilitación. "Esta es la última, más en el fondo no puedo caer", aventura Fabián, experiodista. Las recaídas son consideradas, casi, parte del tratamiento.
EMOCIONES. La tarde sigue. A las 13.52 el grupo se somete a una medida educativa, propuesta por los técnicos: modales en la mesa. Algún ruido más alto que lo permitido en la mesa provocó la dinámica. A las 14.30 toca la salida de los viernes hacia el cercano Parque Rodó (en los otros días hay talleres). Una hora después ya están de vuelta en el centro. Treinta minutos de rato libre: ping-pong, ejercitar el "confronto", charlar "de la vida"; o de cómo recuperar sus vidas.
Felipe apenas tiene dos meses en Izcali. Según él, el robo ("la plata, la adrenalina") era un vicio mayor que la pasta base. Conocedor tanto de juzgados como de estos centros, asegura que por primera vez se está dejando ayudar. "Mi vieja está contenta y... no quiero que mi hermano chico siga mis pasos. La posibilidad de caer de nuevo está siempre, la `gente` sigue ahí pero yo... yo quiero decidir". Uno le quiere creer.
Micaela (43), habitué del pequeño gimnasio, aún está en la fase inicial del tratamiento. Es enfermera, tiene el pelo renegrido y el nombre de sus nietos tatuado en sus muñecas. No es lo único que tiene en los brazos: también hay cicatrices de cortes. "Estar acá… el encierro… es difícil pero está bueno… acá nadie te echa en cara nada, podés reflexionar". Su pasado incluye cocaína y violencia doméstica. Una hija suya, ya fallecida, también era consumidora. "Y yo siempre estuve con ella, cuando tocó fondo. Murió y empezaron los reproches… Ahora me arrepiento, yo la juzgaba a mi hija, y ahora hago lo mismo … capaz que para entenderla". Llora.
Rafael está en una etapa avanzada del tratamiento que le permite no dormir en el centro. "Pero cuando llegué, en noviembre, estaba hecho mierda". El exceso de trabajo, el juego, las deudas y la cocaína comenzaron su barranca abajo. Su sonrisa, la misma de siempre, se tuerce cuando cuenta que está a un paso de terminar su matrimonio. "Nunca le dije lo que me pasaba, siempre la quise proteger". No pierde la esperanza de reconquistar a su esposa.
REUNIÓN. Tras la merienda, llega la reunión de las 17. Es un encuentro muy catártico y emocional. ¿Quién sale? ¿Quién pasa de fase? ¿Quién está suspendido? ¿Se hará caso a mi solicitud? Se inicia, en ronda, con una oración filosófica coreada casi a los gritos. Ésta habla de temores y de confrontarse con uno mismo, de crecimientos y de lugares y momentos correctos. Juan (45), quien supo gastar 50 mil pesos al mes en "inhalable" para él "y para un séquito", hace de líder, pero una psicóloga supervisa en silencio.
Se trata la consigna: el temor unánime es a recaer. Pero cada uno tiene sus miedos particulares: perder a mi esposa, que me olvide mi hijo, no volver a conseguir trabajo, volver a antiguas actitudes, recibir una andanada de reproches, dejarme llevar por las viejas "juntas". El mundo exterior es añorado y temido a la vez. Las sensaciones son variadas: está todo bien con la comunidad, está todo mal con ella, es un día de bajón, hoy fue un buen día. Se deniega la visita a una peluquería por no especificar cuándo ni dónde; se acepta ir a ver a un hermano al baby fútbol; se rechaza la correspondencia con una mujer hasta que la familia lo apruebe; se permite ir al cumpleaños de un tío…
Las resoluciones son recibidas con fastidio y euforia. Francisco, un flaco joven y tímido, recibe el saludo de todo el mundo: acaba de pasar a la fase de pre-alta, a la que se llega al menos luego de seis meses de tratamiento. "Es un sueño alcanzado, pero también significa mucho tiempo libre", le alerta Rafael. Hay permisos de fin de semana y hay sanciones, todo ganado o perdido por la conducta en los últimos días. En todos los casos, hay abrazos, lágrimas que se resisten a salir, choques de manos, voces de aliento, consuelos. Compañerismo.
A las 18 del viernes Izcali comienza a quedarse en silencio. Desde ahora solo quedarán, aparte del staff de guardia, una decena de pacientes, esos en las fases iniciales, los suspendidos o los que recayeron. Para ellos aún falta la cena, la "reunión positiva" de la noche y la cama, a más tardar a las 23.15. Muy pocos atienden la tele. La película Recién casados no es muy convocante. Buena parte del bullicio se va con aquellos que se van a sus casas. "Por favor, ¿podés aclarar que nunca quise lastimar a mi mujer?", dice Rafael tras un abrazo muy sentido. Empieza a caer la noche en el Parque Rodó.
Entre costos elevados, solicitudes al Estado y "burbujas"
Para Eliseo González, presidente de la Fucot, las comunidades terapéuticas son la mejor alternativa para tratar adicciones "porque abordan el problema desde la complejidad, atendiendo dinámicas sociales, con equipos multidisciplinarios" en vez de la perspectiva psiquiátrica "que considera a esta enfermedad como un problema del cerebro". Las internaciones son caras, con un costo máximo que ronda los 30 mil pesos al mes, y muy pocas de estas instituciones tienen convenios con el MSP (o el INAU), para asistir a pacientes de bajos recursos. González sostiene que desde la Fucot se ha pedido al Estado, sin éxito, que implemente una medida que permita garantizar el acceso a esta terapia. "Muchas comunidades han debido cerrar. Hoy solo cuatro tienen residencia; las otras son sólo diurnas. Se ha dicho que curran, que cobran un disparate pero... una internación psiquiátrica común en una clínica sale 1.500 pesos al día, ¡saque la cuenta! Y está probado en Europa y Estados Unidos que invertir un dólar en esto le significa un ahorro al Estado siete veces mayor en el sistema médico y judicial". El psiquiatra Juan Triaca, director del Portal Amarillo, el centro de rehabilitación de adicciones de ASSE, indica que ahí hay 35 camas para tratamientos "residenciales", donde los pacientes permanecen de 20 a 25 días. "Una comunidad terapéutica puede servir si el entorno social es muy poco continente, pero hay que tener cuidado en fabricar una `burbuja` en torno a una persona, aislarla. Desde que un paciente ingresa, ya hay que trabajar apuntando en su egreso", dice.Por su lado, Julio Calzada, secretario general de la Junta Nacional de Drogas, sostiene que "la mayoría de las personas en tratamiento por adicción no requieren internación".
"¡PODER TOMARTE UN ÓMNIBUS!"
A los tres meses de tratamiento en Izcali el paciente puede pasar a la fase "semidiurna": internado de lunes a miércoles y del centro a su casa el resto de los días, más los talleres de reinserción social. "¿Sabés lo que es poder tomarte un ómnibus solo?", dice Rafael.SIN FÚTBOL, POLÍTICA NI VIOLENCIA
En Izcali no hay acceso a Internet. No se pueden usar celulares, caravanas ni relojes (para evitar la tentación de usarlos como moneda de cambio para sustancias si se les presenta la ocasión, explican). Dentro de este centro hay una pequeña biblioteca, pero no se pueden leer libros partidarios, futbolísticos o que hagan apología de la violencia o el consumo de drogas. Así, en los estantes se acomodan La Sociedad de la nieve, Cumbres Borrascosas, El jardinero fiel y… El padrino de Mario Puzo (este sí fue autorizado por el staff). De la misma forma, nada de rock, reggaeton o cumbia villera de música. En el poco tiempo disponible para la televisión solo pueden ver algunas películas (con el mismo criterio que para la música o la lectura) e informativos. "Eso sí, el noticiero del (canal) 4 no nos lo dejan ver", cuenta Rafael.LAS CIFRAS
500
Pacientes de atención directa asistidos en las diez comunidades terapéuticas afiliadas a Fucot, según Eliseo González Regadas. Se le suman unos mil familiares.80%
Posibilidad de obtener "resultados remarcables" para aquellos que participan "con adhesión y permanencia de al menos seis meses" en las comunidades terapéuticas.90%
Porcentaje de personas en tratamiento por adicciones que sufre recaídas, según Julio Calzada, secretario general de la Junta Nacional de Drogas (JND).20.000
Cantidad estimada con problemas de adicción a las sustancias químicas en Uruguay, según la JND. Unas 240 mil tienen "uso problemático" de esas sustancias.http://www.elpais.com.uy/suplemento/ds/venciendo-los-miedos/sds_638501_120429.html
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