jueves, 30 de diciembre de 2010

USO Y ABUSO DEL ALCOHOL EN LOS JOVENES

USO Y ABUSO DEL ALCOHOL EN LOS JOVENES
Roberto Secades Villa
Universidad de Oviedo.
secades@correo.uniovi.es
1.- INTRODUCCION
Actualmente, el consumo de alcohol en la juventud se ha convertido en un problema de especial relevancia social. Cada día es más frecuente encontrar en los medios de comunicación noticias relacionadas con los jóvenes y el consumo de alcohol: datos sobre la prevalencia, accidentes de tráfico, actos violentos, etc.

Según un estudio realizado por el Instituto de la Juventud en todo el estado español (Comas, 1994), el 50% de los jóvenes encuestados, entre 15 y 19 años, habían consumido alcohol en la última semana (resultaban bebedores habituales), mientras que más de un tercio de estos (36.4%) decían ser abstemios totales o parciales.

La Encuesta sobre Drogas a la Población Escolar de 1996 realizada por el Plan nacional sobre Drogas concluye que "el consumo de bebidas alcohólicas está generalizado entre los estudiantes de 14-18 años", si bien, no de detecta un aumento de la proporción de bebedores con respecto a años anteriores. Según esta encuesta, el número de jóvenes que beben alcohol y la intensidad del consumo aumentan con la edad. La proporción de estudiantes que refieren haber tenido algún episodio de embriaguez es bastante elevada, y un dato significativo es que el 22,4% ha tenido alguna vez en su vida problemas por causa del consumo de bebidas alcohólicas. El Plan nacional sobre Drogas confirma también en este estudio la consolidación de un patrón de consumo de alcohol característico entre este grupo de población.

En definitiva, parece ser que el comportamiento de los jóvenes en relación al alcohol ha seguido dos líneas divergentes desde mediados de los años ochenta (Comas, 1990; Mendoza, 1987): por una parte, se ha incrementado de forma notoria el número de abstemios, por otra, el número de "grandes bebedores" también se ha ampliado.

El porcentaje de abstemios se ha triplicado con respecto a la década pasada. Sin embargo, es importante destacar que, aunque el número de bebedores ha descendido, la cantidad de alcohol consumida por los que siguen bebiendo se ha incrementado notablemente (en una proporción del 118.4%). El resultado final es que los jóvenes de los años noventa beben más alcohol que los de la década pasada, pero este consumo se ha concentrado en un grupo de "grandes bebedores" (menos bebedores que beben más).

Una conclusión razonable que se podría extraer de estos datos es que "se ha restringido el fenómeno en términos sociológicos, pero se ha hecho mucho más peligroso en términos de salud pública" (Comas, 1994). Un hecho que puede avalar esta conclusión es la evidencia, confirmada por varios autores, de que existe una disminución progresiva en la edad de las personas que acuden a tratamiento por un problema de dependencia alcohólica, o de otra manera, que cada vez son más los jóvenes que demandan esta ayuda. Un hecho que acompaña a esta evidencia es la novedad que suponen las publicaciones dedicadas al problema del alcoholismo juvenil, editados a partir de los años noventa en nuestro país. Sirvan como ejemplo los textos de Cánovas, 1994; Sánchez-Turet, 1993 o Secades, 1996.

De todos modos, no sólo ha sido la cantidad de alcohol ingerido lo que ha sensibilizado a la opinión pública, sino que más bien son las pautas (el patrón de consumo de los adolescentes) las que han disparado la alarma. Me refiero al llamativo espectáculo del consumo de alcohol masivo y callejero durante los fines de semana en la mayoría de las ciudades españolas.

Se ha venido conformando un modelo juvenil de consumo de alcohol, con unas características propias, diferentes al modelo tradicional adulto (Secades, 1996):

a) Iniciación precoz. Se observa un paulatino descenso en la edad de comienzo de consumo habitual de las bebidas alcohólicas que, según los estudios, oscila entre los 13 y los 16 años (un poco antes los varones que las mujeres). El paso de EGB a enseñanzas medias supone, por tanto, el periodo crítico en el inicio del consumo de alcohol.

b) Consumo principalmente de fin de semana y los días festivos, es decir, durante el tiempo dedicado fundamentalmente a la evasión.

c) Incorporación de las chicas al consumo de alcohol de forma excesiva.

d) El consumo de alcohol se realiza fuera de casa (del ámbito familiar), en la calle y en los lugares de relación social de los jóvenes, y en compañía de los iguales.

e) Se bebe de forma compulsiva, en busca, sobre todo, de los efectos embriagantes.

f) Existe un desplazamiento del consumo de vino al consumo de cerveza y de bebidas combinadas de alta graduación.

Todas estas pautas de consumo de alcohol se mantienen con independencia de características como el nivel de estudios o la clase social.

En resumen, el alcoholismo ha dejado de ser patrimonio de la edad adulta. Los viejos bebedores diarios del vaso de vino y la copa de anís van siendo relegados por adolescentes ebrios de fin de semana. Las pautas de bebida mediterráneas (consumo diario de vino de forma moderada y asociado a la relación social) han sido sustituidas por el modelo anglosajón (beber mucho el fin de semana con el único objetivo de emborracharse).

Seguramente, estos cambios tienen que ver, al menos en parte, con otros muchos que se han producido en la sociedad en relación a los estilos de vida, a las formas de divertirse y a las pautas de educación familiar predominantes.

Las consecuencias negativas derivadas de este consumo de alcohol no sólo se refieren al riesgo de aparición de alcoholismo clínico en edades más avanzadas con los trastornos que este conlleva, sino que resultan ya evidentes a corto plazo: conductas de alto riesgo (conducir tras haber bebido o conductas sexuales de riesgo), comportamientos violentos y delictivos, alteraciones del orden público, absentismo y fracaso escolar, alteraciones familiares, etc.

El conocimiento de los determinantes del consumo abusivo de alcohol resulta fundamental en cuanto a la puesta en marcha de los programas de prevención y de tratamiento del alcoholismo.

La etiología del consumo de alcohol y de la posterior adicción se debe a la interacción de varios factores: vulnerabilidad o predisposición biológica, factores psicológicos (de aprendizaje) y factores sociales (macro y microsituacionales). Quizás sean estos últimos los condicionantes que más estén influyendo en el inicio de la alcoholdependencia. La diferenciación entre factores de tipo macrosocial y microsocial responden en cierta forma a criterios metodológicos, puesto que en la práctica, su influencia sobre el consumo de alcohol de un individuo se solapa sin que podamos aislarlos en compartimentos estanco.

La enorme disponibilidad y difusión de las bebidas alcohólicas (fácil adquisición, bajo precio, publicidad en los medios de comunicación) hacen que esta sustancia sea muy accesible ya desde la infancia. La presencia del alcohol en nuestra sociedad explica y determina en buena medida, las actitudes permisivas e indulgentes sobre su consumo (Pons, Berjano y García, 1996). Incluso, en muchos contextos, el alcohol sigue sin considerarse una droga. No deja de ser llamativo la falta de acuerdo existente a la hora de poner en marcha actuaciones encaminadas a la disminución del consumo de alcohol. Unido a esto, cabe resaltar las conclusiones de algunas investigaciones (en muchos casos financiadas por la industria de bebidas alcohólicas), tratan de promover la idea de ausencia de riesgo para la salud entre la población general y que beber alcohol es, de hecho, bueno para la salud (Babor, Edwards y Stockwell, 1996). En definitiva, la percepción de riesgo ante el alcohol es mucho menor de la que existe para otras drogas (incluyendo el tabaco).

Los factores microsituacionales, que abarcan las condiciones ambientales más cercanas al consumo ejercen también un importante papel. Así, el consumo abusivo de los grupos de influencia social (familia y amigos) y la presión de los iguales determinan el desarrollo de pautas desviadas de consumo en el joven.

2.- LA NECESIDAD DE LA PREVENCIÓN EN NIÑOS Y ADOLESCENTES

Esta preocupante situación hace necesario que la prevención primaria sea un campo de actuación prioritario. El refrán "más vale prevenir que curar" resulta muy apropiado en el asunto que nos ocupa. No olvidemos además que prevenir el consumo de alcohol es una forma eficaz de prevenir el consumo de otras sustancias, ya que este es un elemento clave en el itinerario de acceso a otras sustancias y a la hora de perfilar los hábitos tóxicos de la población

Tradicionalmente, se han distinguido dos vías de actuación complementarias para la prevención del consumo de alcohol: las medidas legales para controlar la oferta (disponibilidad ambiental) de las bebidas alcohólicas y las intervenciones educativas para disminuir la demanda (aceptación social) por parte de los jóvenes.

El control de la oferta

Alejándonos de cualquier posición ideológica, se debe tener en cuenta que las numerosas investigaciones que han estudiado los efectos de la reducción de la disponibilidad y accesibilidad de las bebidas alcohólicas, avalan la hipótesis de que resultan medidas eficaces para reducir su consumo y las consecuencias relacionadas con este, especialmente entre los jóvenes (Coate y Grossman, 1988; Cook, 1981; DuMouchel, Williams y Zador, 1985; Hoadley, Fuchs y Holder, 1984; Jones, Pieper y Robertson, 1992).

Dentro de este tipo de medidas, caben destacar, entre otras: el cumplimiento estricto de la legislación vigente respecto a la oferta y venta de bebidas alcohólicas a menores, el aumento de la edad mínima permitida para su venta, el aumento de los precios mediante la subida de los impuestos que gravan el alcohol, la limitación de los horarios y del número de puntos de venta, la colocación de anuncios de advertencia sobre los peligros derivados del consumo de alcohol (por ejemplo, accidentes de tráfico) en los puntos de venta, el fomento de líneas de transporte alternativas en los lugares donde se reúnan los jóvenes, especialmente los fines de semana, la reducción de la tasa legal de alcoholemia para conducir, la prohibición de beber alcohol en los lugares de trabajo y/o en la vía pública , el incremento de las sanciones para disuadir de beber a los conductores y el control de la publicidad de bebidas alcohólicas (a pesar de que la industria de bebidas alcohólicas argumenta enérgicamente que la publicidad sólo influye en la preferencia por una marca, de hecho, lo que hace es aumentar el consumo y promover nuevos bebedores (Vargas, Robledo y Espiga, 1994).

El discurso desde algunos sectores en contra de la instauración de "medidas represivas" y en defensa de la "libertad de elección" del individuo resulta, en este caso, una falacia. El hecho de que la conducta de consumo de alcohol sea muy sensible a la disponibilidad y al status legal no es una cuestión de opinión, es una evidencia comprobada. Nada sorprendente, por otra parte. Escoger como estrategia exclusiva para intentar cambiar al individuo, cambiar su capacidad de elegir, en lugar de modificar las condiciones en las que se vive, resulta un camino equivocado (al menos incompleto).

La reducción de la demanda

Las campañas preventivas a través de los medios de comunicación tienen un efecto limitado sobre el consumo de alcohol, pero pueden influir en la percepción del problema por parte de la opinión pública. Es decir, la efectividad de los programas específicos de prevención (y de los programas de tratamiento) se incrementa cuando se llevan a cabo en un contexto no permisivo hacia esta sustancia (como ejemplo podríamos poner lo que ha pasado con el tabaco en los últimos años).

Este es el principal obstáculo para la puesta en marcha de programas preventivos específicos en nuestro país. Por tanto, el primer paso necesario para la el buen funcionamiento de este tipo de programas ha de ser la instauración definitiva de la asociación entre alcohol y riesgo para la salud.

Este tipo de medidas globales han de estar acompañadas de programas específicos de prevención en dos ámbitos fundamentales, la escuela y la familia.

El incremento de la información (por medio de campañas públicas o de programas escolares) sobre las sustancias y las consecuencias trágicas de su consumo es el procedimiento más habitual en la prevención del abuso de drogas. Pero, desgraciadamente, la evidencia empírica ha demostrado consistentemente la ineficacia de esta estrategia (Schinke, Botvin y Orlandi, 1991). Las investigaciones han encontrado que los programas informativos son capaces de aumentar los conocimientos y de cambiar las actitudes ante las drogas, pero no reducen su consumo. Incluso, desde hace bastantes años, existe cierta evidencia de que lo pueden incrementar, posiblemente debido a que estén estimulando la curiosidad hacia estas sustancias (Mason, 1973). Incomprensiblemente, muchas comunidades e instituciones continúan insistiendo en una estrategia que ya ha demostrado ser ineficaz.

En definitiva, el aumento de los conocimientos sobre los efectos de una sustancia tienen poca relación con su uso abusivo y, por tanto, las estrategias preventivas basadas únicamente en la acumulación de información tienen una escasa eficacia. La información, a pesar de ser importante, es sólo uno de los muchos factores que han de ser considerados en las campañas de prevención. Son necesarias otras estrategias que incrementen la resistencia individual de los adolescentes.

Varias revisiones han puesto de manifiesto los componentes más efectivos que se deben de considerar en la puesta en marcha de este tipo de programas (Hansen, 1992; Mackinnon y cols., 1991):

- Enseñar a los jóvenes habilidades para resistir la presión de los iguales y para decir "no" ante la oferta de alcohol.

- Desarrollar alternativas sanas a la bebida.

- Enseñar habilidades de toma de decisiones.

- Modificar las creencias normativas.

Una variante de los programas preventivos que ha demostrado cierta eficacia es la que se centra específicamente en la prevención de las consecuencias del consumo del alcohol, principalmente de los accidentes de tráfico en los conductores jóvenes.

Por otra parte, cuando se conoce y es inevitable que los adolescentes pueden estar en contacto con determinada sustancia (y esto es evidente en el caso del alcohol) es aconsejable que, como mínimo, conozcan unas normas elementales de uso. Por tanto, no debe verse como escandaloso el hecho de acompañar estas medidas con otras que "enseñen" a beber alcohol de forma moderada a la población joven. El mensaje "beber no es vivir" no es incompatible con "saber beber = saber vivir".

Por último, es necesario recordar el papel fundamental que juega la familia como ambiente social básico en donde el joven pasa gran parte de su tiempo. De forma breve, me gustaría resaltar dos factores del ámbito familiar vinculados con la aparición de problemas de consumo de alcohol: el modelo parental de consumo de alcohol y el manejo familiar.

Está comprobado que los hábitos de beber de los padres y su actitud frente a la bebida y frente a los que abusan del alcohol influye en el comportamiento de los hijos. No se trata de ofrecer un modelo parental abstemio muy rígido, sino de propiciar modelos de actitides y comportamientos moderados frente al alcohol.

En cuanto al manejo familiar, en los últimos parece que el modelo educativo que predomina es el denominado estilo permisivo o "dejar hacer", en el que el niño o adolescente establece sus propias reglas y límites, con muy pocas directrices por parte de los padres. Este modelo de manejo parece asociarse con niveles altos de consumo de alcohol entre los hijos. Por consiguiente, un objetivo importante de las intervenciones preventivas debería centrarse en el cambio hacia una disciplina menos negligente, en donde existan unas normas claras de convivencia familiar, junto con la posibilidad de diálogo y de negociación entre padres e hijos.

3.- CONCLUSIONES

A la vista de los últimos datos sobre la incidencia del consumo de alcohol entre la población joven, parece evidente la necesidad de seguir incrementando los esfuerzos y los recursos en las estrategias preventivas.

Muchos autores coinciden en señalar que la escuela debe ser el ámbito de intervención fundamental para la prevención del consumo de alcohol. Para la puesta en marcha de las estrategias de prevención escolar se debe contar, necesariamente, con aquellos procedimientos que han demostrado ser efectivos a la hora de contrarrestar los factores de riesgo que inciden en el inicio del consumo de esta sustancia.

Los resultados de las investigacines también han puesto de manifiesto la importancia de determinadas características familiares en el inicio del consumo de alcohol en los jóvenes. Una disciplina inconsistente e inadecuada y la falta de modelos idóneos se han vinculado a la aparición del alcoholismo juvenil.

Pero, la prevención del consumo de alcohol en los jóvenes será más efectiva si, al mismo tiempo que se realizan programas educativos específicos, se incide en los factores macrosociales que afectan al comportamiento de los individuos. Así, las medidas legislativas que intentan controlar la oferta de bebidas alcohólicas y las campañas comunitarias que transmitan una información clara sobre los riesgos para la salud de esta sustancia resultan medidas imprescindibles para la solución de este problema.

4.- REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Babor, T.F., Edwards, G. y Stockwell, T. (1996). Science and the drinks industry: cause for concern, Addiction, 9,5-9.
Canovas, G. (1994). Adolescentes y alcohol. Bilbao: Ediciones Mensajero.
Coate, D. y Grossman, M. (1988). Effects of alcoholic beverage prices and legal drinking ages on youth alcohol use, Journal of Law and Economics Research, 31, 145-171.
Comas Arnau, D. (1990). El Síndrome de Haddock: alcohol y drogas en enseñanzas medias. Madrid: CIDE.
Comas Arnau, D. (1994). Los jóvenes y el uso de drogas en la España de las años 90. Madrid: Instituto de la juventud.
Cook, P. (1981). The effect of liquor taxes on drinking, cirrhosis and auto accidents. En M. Moore y D. Gerstein (Eds.), Alcohol and public policy: beyond the sadow of prohibition. Washington, DC: National Academy Press.
DuMouchel, W., Williams, A. y Zador, P. (1985). Raising the alcohol purchase age: its effects on fatal motor vehicle crashes in 26 states. Washington, DC: Insurance Institute for Highway Safety.
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Hoadley, J., Fuchs, B. y Holder, H. (1984). The effect of alcohol beverage restrictions on consumption: a 25-year longitudinal analysis, American Journal of Drug and Alcohol Abuse, 10, 375-401.
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Sanchez-Turet, M. (1993). Uso, abuso y dependencia del alcohol en adolescentes y jóvenes. Barcelona: PPV.
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http://www.psico.uniovi.es/REIPS/v1n0/articulo6.html

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