domingo, 18 de octubre de 2009

Ganarle al paco

Sociedad
Ganarle al paco
Testimonios de la difícil pelea contra una droga que mata en el país a tres personas por día
Domingo 18 de octubre de 2009

Sí, se puede; si se quiere, si te ayudan, sí, se puede", dice Andrea, como si se repitiera un mandamiento. "Yo toqué fondo, ¿sabés? Toqué un fondo que parecía no tener fondo, porque caía y nunca llegaba -dibuja en el aire una caída como eterna- hasta que te das el golpe. Y ahí reaccionás o bajás los brazos sin que importe lo que viene."
Andrea tiene 40 años y pudo dejar la pasta base de cocaína, más conocida como paco, la droga cuyo consumo creció un 500% desde 2001. Hace dos años que está en recuperación y, como tantas otras mujeres consumidoras, se sintió ignorada, invisible y estigmatizada por ser madre, pobre y, por sobre todo, mujer (ver aparte). Dice que creció en una familia de clase media "bien", y que fue a los colegios más caros de Lanús. "Pero la vida hizo que terminara así."

Fue en Salta, en 2007, cuando Andrea recibió el golpe que la hizo reaccionar. "Me había ido para allá con la idea de dejar todo lo malo acá. Me fui con mi nena Luna (ahora tiene 11 años) para que estuviera con sus tres hermanos (20, 19 y 14), que viven con su papá. Pero mi idea era dejarlo todo.

-¿Dejar qué?

-Todas mis adicciones; es la fantasía de que si cambiás de lugar cambiás todo. Pensé que iba a dejar el alcohol, las drogas, para poder arrancar todo de nuevo. Y me fui con ella (señala a Luna, su fiel testigo), pero me encontré con otra cosa. Y ahí, por primera vez, probé el paco. Fumaba, fumaba, fumaba y...

-¿Qué pasó?

-Perdí la noción del tiempo. En ese momento pensaba que había pasado una noche, nada más, y me fui a buscar a Luna al hotel donde estábamos parando. Cuando llegué, me di cuenta de que había pasado una semana, ¿te das cuenta? En ese momento me quise morir. Ahí me enteré de que habían llamado a un juez, que había estado la policía, que mi mamá había venido desde Buenos Aires. Sacaron todas mis cosas del hotel; me daban por desaparecida porque no sabían dónde estaba. Fue ahí donde dije ¿qué hice?, ¿qué le hice a Luna?

En un caño. Ahí vivía Andrea. "En uno de esos donde pasa la mierda que va para el arroyo; ahí paraba, y fumaba como lechuza, pendiente de todo y de todos los que pasaban."

-¿Cuánto tiempo estuviste así?

-Después del episodio del hotel, seguí en la calle como veinte o veinticinco días más. Ya estaba al borde de la locura: hablaba sola y veía cosas que no existían. Y en uno de los pocos momentos en los que tuve registro de mi realidad fue cuando me dije que me iba a internar. Había tomado una decisión y estaba segura de lo que quería hacer. Así, llegó a la puerta de Betania [Asociación Civil Betania, centro dedicado a la prevención, rehabilitación y reinserción de toxicodependencias y otras adicciones]. Me quedé paradita ahí pensado que me iban a ayudar enseguida, pero no. Me contaron cómo eran los pasos a seguir y me anotaron en una lista de espera para que me atendiera un psicólogo; después, un psiquiatra, y no sé quién más. Pero para cada turno tenía que esperar por lo menos dos meses. Me desesperé. "¿Dos meses? Pero yo no puedo esperar -le decía-, ¿no ves cómo estoy?, no llego con mi vida. ¿No ves? -le gritaba-, ¡estoy arruinada!" Tenía toda la piel negra de la mugre de vivir en la calle. Entonces me ofrecieron un tratamiento que salía entre 3000 y 5000 pesos.

La frase termina con una carcajada.

-Es pura ironía, ¿no? De dónde iba a sacar esa plata si estaba viviendo en la calle. Empecé a los gritos a pedir ayuda hasta que me dieron un papel con la dirección de una oficina oficial tipo "desarrollo de familia", algo así.

Y de ahí Andrea se fue con un pasaje a Buenos Aires.

-¿Te dieron el pasaje y una derivación?

-No, el pasaje nada más y el clásico silencio de que Dios te ayude.

Y llegó a Chacarita.

-No me animé a ir a la casa de mi mamá. No podía dejar que Luna me viera así.

Un tiempo se quedó en la plaza, luego se metió bajo un puente de La Paternal y vivió un buen tiempo ahí, donde seguía fumando.

-¿De dónde sacabas la plata para comprar?

-Cartoneando. Hacía unos pesos para comer y para fumar.

Noche tras noche, las ambulancias del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires se acercaban al lugar donde Andrea y otros vivían.

-Venían con un asistente social y un psicólogo para ofrecerte pasar la noche en un refugio, pero después, a las 6 de la mañana, tenías que agarrar tus cosas e irte.

-¿Por qué no aceptaste?

-Porque así perdía mi lugar, mis cosas, y además con eso no arreglaba nada. Cada vez que venían yo les decía que no me iba a mover hasta no conseguir una internación para tratarme. Y me quedé ahí con un ranchito; lo armé con lo que encontraba. Como era la única mujer del grupo los chicos me ayudaban y me cuidaban. Lo mío era un chalé.

-Finalmente, ¿te ayudaron?

-Un día me dieron el 0800 de Sedronar [Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico]; empecé a llamar hasta que conseguí la dirección y me fui hasta allá. Yo estaba arruinada; mi deterioro era cada vez peor: la mugre, el hambre; ya no coordinaba.

-¿Se te cruzó por la cabeza bajar los brazos y decir ya está, no puedo más?

-Sí y no. Ya sé que resulta extraño que te diga que quería salir pero que a la vez fumaba y que a la noche me reventaba, pero en el fondo no quería bajar los brazos.

La decisión estaba tomada y por eso, a pesar de que las entrevistas de contención que Sedronar le había ofrecido eran cada siete días y algunas cada quince, Andrea siguió firme.

-Había momentos en que no tenía plata y no podía viajar; en siete días pasaban muchas cosas; podía perder un diente, iba con la cabeza o la boca partida por una pelea, además de la locura galopante que tenía encima. Lo que sí hacía era llamar por teléfono para avisar por qué no podía ir. Lo que yo necesitaba era que alguien me agarrara de una y me internara.

Cinco meses pasaron desde aquella decisión en Salta hasta que consiguió ser internada.

-Me podría haber muerto; por suerte no tuve ninguna enfermedad, sólo una bronquitis jodida por el frío que chupé. La saqué barata.

Villa Rosa era su nuevo destino. Una comunidad mixta que la albergó durante 8 meses, a la que llegó derivada por Sedronar.

-Y hasta allá fui. A Pilar, solita, con poca plata y haciendo las paradas necesarias para controlar la ansiedad. Llegué a las 6 de la tarde con la carta en la mano. Para mí fue un orgullo llegar. Apenas las puertas se abrieron me agarraron así [hace el gesto como si la hubieran tomado con las puntas de los dedos] y me mandaron al baño a ducharme; era insoportable la mugre que tenía encima. Yo no era consciente de lo destruida que estaba: tenía quince kilos menos y estaba viva de milagro.

De a poco la vida cambió, porque "empezás a disfrutar del sol, del verde, del día".

-¿Y de la noche?

-La ves de otra manera: descubrís que a la noche podés dormir. Qué loco, ¿no? Descubrís que podés cerrar los ojos y dormir. Pero no es fácil; hasta hoy siento que no estoy preparada para enfrentarla. Cuando veo que ya está oscureciendo me apuro en terminar para llegar a casa cuanto antes. Todavía la noche me pesa.

Fue en Villa Rosa donde se enteró de que estaba embarazada.

-Estaba aterrada; viví todo el embarazo de Lara con miedo. Llegué a pensar que iba a nacer con tres ojos, sin brazos, con problemas respiratorios, o que se iba a morir. Cuando me enteré, lloré; me tocaba la panza y decía Dios mío, porque el padre también es consumidor. Pero decidí tenerla. Era mi oportunidad de hacer las cosas bien de una vez por todas.

En la comunidad, Andrea demostró ser responsable y tener una buena capacidad de reinserción social. Por esa razón, al cumplir los 8 meses de tratamiento (por lo general, el lapso es de un año) le dieron el alta.

-Así que salí al mundo a punto de tener una nueva hija y dispuesta a recuperar a Luna, que estaba bajo la custodia de mi mamá.

De Villa Rosa la derivaron a Alas, Hogar y Familia, asociación que brinda amparo a la mujer embarazada en riesgo. Allí estuvo hasta que Lara cumplió dos meses.

-El arreglo era que siguiera yendo a Pilar una vez por semana. No falté nunca. Llevaba conmigo un cuaderno donde lo anotaba todo: adónde iba, a quién veía, qué hacía, a qué hora me levantaba, a qué hora me acostaba. Yo lo contaba todo. Me sentía obligada a hacerlo, como cuando estás en el colegio. Tenía que ver con mi orgullo, con decir que yo podía, que podía recuperar mi vida, a mi hija, que podía volver a empezar.

En el cenicero ya no hay lugar donde apagar el pucho; lo retuerce contra los otros y lo abandona. Su mano vuelve a tomar el paquete y enciende otro cigarrillo. No para. Es uno tras otro. "Es la ansiedad, viste", se excusa.

-¿Cómo manejaste la ansiedad?

-Uf, fue duro. Todas las noches lloraba, me levantaba con los ojos hinchados. Y no paraba de tomar mate: pavas y pavas para parar la ansiedad, porque en la comunidad contás con alguien las 24 horas. Afuera no. Es cierto que está la contención telefónica, pero no siempre tenés a alguien disponible del otro lado a las tres de la mañana, o que te lleven a dar una vuelta manzana para calmarte. Y encima tenía que cuidar a Lara. Había momentos en que me decía qué hago, cómo la calmo, porque no paraba de llorar. En el hogar me sentía protegida porque me ayudaban con la nena; después tuve que arreglarme sola.

En su desesperada búsqueda por encontrar un espacio que la contuviera, que la escuchara, que entendiera por lo que estaba pasando, dio con el Movimiento Madres en Lucha, más conocido como "madres contra el paco" (ver aparte). "Sabían por lo que había pasado y por lo que estaba pasando; me ayudaron mucho. Hace dos años que estoy en recuperación, tengo el alta de todo, pero sigo en contacto con la comunidad, hago terapia, me encuentro los sábados con chicos recuperados de Villa Rosa para seguir hablando y ahora estoy preparándome para ayudar a los que me necesiten. Estoy haciendo un curso."

Por un momento se relaja. Mira a Luna y a Lara. Sus dos hijas comparten con ella el mismo techo: una casa humilde, cálida, en la localidad de Martín Coronado.

-Me falta tanto por hacer -dice, y abre los brazos como abarcándolo todo-; ahora soy mamá tiempo completo. Trabajo en tres casas (como doméstica) y apenas llegamos a fin de mes, pero estamos juntas.

Por un instante los ojos se posan en las fotos que están pegadas en una de las paredes.

-¿Son tus otros hijos?, ¿los de Salta?

-Sí, tratamos de vivir juntos, pero no funcionó. Es mejor así, porque si yo seguía con ellos quizás hoy serían adictos también.

-¿Seguís en contacto?

-Con mensajitos desde el celular y a veces por e-mail. En noviembre, es casi seguro que vengan a verme. Tengo que preparar todo para que estén cómodos acá.

Luna se ríe por la preocupación de su madre. Parece más grande.

-La vida hizo que madurara más rápido. Las pasó todas; no me olvido de eso, lo tengo siempre presente, pero tengo que mirar hacia adelante y por eso hablo tan brutal con ella. No quiero que viva en una burbuja. Quiero servirle de ejemplo.

Por Fabiana Scherer


Mujeres ignoradas
"La invisibilidad de las mujeres en los estudios sobre drogodependencia ha llevado a una escasa inclusión del género en los programas preventivos -explica la socióloga y magíster en políticas sociales Ana Clara Camarotti, cocoordinadora del Area de Salud del Instituto Gino Germani (UBA) y a cargo del equipo que lleva adelante la investigación Reducción de daños en mujeres consumidoras de pasta base en zonas de riesgo de la ciudad de Buenos Aires-. Durante el trabajo comprobamos un creciente aumento del consumo en mujeres, de variadas edades, así como en niñas y niños." La investigación se realiza junto con el Centro de Iniciativas de Cooperación al Desarrollo (Cicode), de Universidad de Granada (España).

El análisis de las entrevistas realizadas muestra cómo las mujeres se inician en el consumo de pasta base a partir del convite de un varón. "En su mayoría, las mujeres son madres; durante su embarazo, muy pocas dejan el consumo, y la mayoría no tiene la tenencia de sus hijos. El dinero para conseguir la sustancia lo obtienen con mayor frecuencia del trabajo sexual que comienzan a realizar a muy temprana edad. Los varones, en cambio, expresan que consiguen el dinero a través del robo. Las mujeres consumidoras de pasta base son más discriminadas y estigmatizadas, por su trayectoria de consumo, tanto por varones como por mujeres."

Más datos: www.iigg.fsoc.uba.ar

Lo peor que nos puede pasar es naturalizar el problema
El consumo del paco creció un 500 por ciento desde 2001 -dispara Marta Gómez, presidenta del Movimiento Madres en Lucha-; por día se internan tres consumidores mayores, cuatro menores, y también por día mueren tres personas. Esto no se dice porque son los muertos con los que nadie quiere cargar. Suelen ser suicidios, muertes violentas, de enfrentamientos entre ellos o con la policía, por eso decimos que hay zonas liberadas."

Fue en 2006 cuando se formó el grupo de Madres en Lucha de La Boca. La pasta base de cocaína (PBC) estaba matando al hijo de Marta (hoy recuperado), a los de sus vecinas y amigas. Por eso decidió hacerle frente, y junto a otras madres denunció los estragos de esta droga. "Muchos agradecen que haya zonas liberadas; así, de una vez por todas no van a joder estos negritos. No hay una decisión política real para terminar con esto. Es más fácil estigmatizar, pero tenemos que ser conscientes de que lo que pasa nos pasa a todos como sociedad. Este era un país de tránsito, pero después de la crisis de 2001 se transformó en un país que cocina, que prepara. Hablemos claro: la Argentina está llena de laboratorios de cocaína, y por eso hay paco."

Según un estudio realizado por el Observatorio Argentino de Drogas, el 2001 es para muchos el comienzo del "problema paco"; es el momento de la caída de la convertibilidad y el comienzo de la crisis económica. Datos del Indec de mayo de 2002 arrojaron que la brecha entre el ingreso promedio del 10% de los hogares más ricos respecto del 10% de los más pobres era de 26 veces.

"Desatención sanitaria" es una frase que suele escucharse cuando se habla de paco. "Es que al menos un 30% de los adictos padecen tuberculosis (TBC), desnutrición, alguna enfermedad venérea, HIV -alerta Gómez-. Los pibes con tuberculosis que se escapan del (hospital) Muñiz vuelven a la calle y se terminan muriendo por la taquicardia que les produce el consumo y por los ataques cardiorrespiratorios. El paco superó a los médicos; no saben qué hacer. Al Ministerio de Salud le estamos pidiendo por favor que los hospitales dispongan como mínimo de cuatro camas para atender las emergencias. Contamos con el Fernández, que está adecuado y preparado para atender y ofrecer la desintoxicación, pero no nos alcanza."

La indignación se apodera de Marta. "Los pibes hoy se fuman entre 50 y 200 pacos por día."

¿Entonces es un mito eso de que se trata de una droga barata? "Totalmente, porque ahora pueden conseguirla a entre ocho y quince pesos. Hacé cuentas, ¿cuánto necesitan?. Pero con esto no quiero decir que los que consumen salen a robar, no, porque ni siquiera tienen la voluntad para ir a robar; rastrean, se llevan las cosas de sus casas, las desvalijan; comienzan a vender sus cosas, sus ropas, sus documentos; algunos se prostituyen, otros se transforman en delivery. No seamos hipócritas: no hay que meterse en una villa para ver qué es lo que está pasando.

También está instalado en las clases media y altas. "Ya ahí el precio es otro; la media lo consigue a entre 40 y 50 pesos; la alta, que tiene delivery incluido, paga entre 80 y 100 pesos; por supuesto que la calidad es otra. Pero las estadísticas surgen de los que menos tienen, porque el resto lo resuelven a puerta cerrada. Desde acá y junto con el Comedor Los Pibes, de La Boca, intentamos ayudar; ofrecemos talleres y trabajos que fomentan la reinserción social. Lo peor que nos puede pasar es naturalizar el problema."

Más datos: www.madresenlucha.org.ar ; madresenlucha@gmail.com; 4523-0713

Fuente: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1185922&origen=NLTitu

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